Escribo desde la Ciudad de México. Como todos, quiero creer, estoy encerrado. Dispuesto, a pesar de las vicisitudes económicas personales, a poner mi granito de arena en la lucha por contener el contagio de este virus que nos ha sorprendido a todos. Como cada mañana, parte de una rutina que nada tiene que ver con las circunstancias, leo los diarios tratando, esto sí urgido por el contexto, de encontrar algo que me aliente a creer que las cosas están, dentro del drama inaplazable que entraña toda pandemia, bajo control en mi país.
Si nos ceñimos a las cifras que iluminan cual marquesinas los informes que cada noche publica el gobierno, (aquí es cuando quiero respirar profundo en señal de alivio) todo así lo indica. Hoy, según esos datos, en México solo hay 2,439 casos confirmados; 125 decesos; 6,295 en estatus de sospecha y 11,741 casos negativos. Vaya, nada mal para los devotos de las cifras oficiales. Menos del 0.002% de la población, diría triunfante un amigo del que todavía no logro descifrar su entusiasmo.
Cualquiera que viniera de otro planeta (de este no porque todo mundo tiene más o menos una idea de cómo están realmente las cosas) y viera esos números, sin duda se sorprendería. ¿Cómo un país en vías de desarrollo (no digamos, por favor, tercer mundo), que comparte la frontera terrestre más transitada del planeta con el país que más casos tiene registrados; cuya población duplica y casi triplica las de Italia y España, respectivamente; que desde un inicio ha sido el modelo a no seguir en eso de implementar protocolos y acciones preventivas; con un sistema e infraestructura de salud pública propia de un país del tercer mundo (perdón, no lo pude evitar); con una cultura reticente a cualquier acción que implique renunciar a la cercanía con los seres queridos; y plena de osados que creen que esto es tan solo una broma o un rumor y que se pueden pasear por las calles como si estas fueran las vacaciones que tanto merecen, cómo, insisto, ha logrado mantener esos niveles tan, digamos, optimistas?
De inmediato me imagino a esos extraterrestres rodeando la mesa de análisis y creo verlos abriendo los ojos oblicuos que con frecuencia les atribuyen, amplios como zaguanes en fiesta de pueblo, idénticos a los que muchos de nosotros hicimos cuando recién escuchamos el plan (sin plan) que el gobierno ha elaborado (sin urdir) para reactivar la economía. Y respiro (esta vez de angustia, lo admito) no bien confirmo que, seamos honestos, no hay lógica (ni científica, ni guadalupana) que explique tanta fortuna. Ojalá fuera cierto, pero, si así no fuera, engañarnos de nada sirve. La verdad (esa chingadera que de tanto odiar habitualmente pasamos por alto, pero que igual nos revienta la yugular apenas la realidad se impone), puede que sea completamente distinta.
Antes de seguir, permítanme poner algo en claro. Atendiendo a la intención que en este momento me gobierna no hace falta, aunque siempre es recomendable, recurrir ni a los datos duros, ni a su análisis exhaustivo. Ya hay quienes así lo han hecho y sobran quienes pueden hacerlo de mejor manera que yo. Lo que es más, ni siquiera es mi intención convencerles de aquello que supongo. No lo será en la medida en que haya gente dispuesta a desdeñar lo evidente con tal de no quitarse el parapeto de sus filias y fobias políticas. La idea, en cambio, es abrir la puerta a la curiosidad que todo mundo sentimos cuando algo no nos cuadra. Es, dicho de otra manera, establecer como mínimo una duda razonable. Una que nos obligue a ir un poco más allá de la versión oficial, esa que se puede controlar (otra de mis inocentes suposiciones) desde un escritorio de Palacio Nacional. ¿Para qué quiero una duda razonable? Para hacer conciencia. Conciencia de todo, pero fundamentalmente del tamaño real de la amenaza sanitaria que enfrentamos y de las probables consecuencias que, de seguir anestesiados por las benévolas cifras que el Estado nos ofrece, nos van a partir en dos como ni siquiera los sismos del 85 y del 17 lo hicieron.
Dicho lo anterior, hablando en términos sencillos, veamos lo siguiente. Como toda infección, la que nos ocupa se manifiesta a través de síntomas. Algunos de esos síntomas son genéricos y otros son específicos. Llamo genéricos a aquellos que son comunes a padecimientos del mismo tipo (respiratorios en este caso); y denomino específicos a esos que, amén de un cierto rasgo distintivo, impactan al universo de probabilidades, encausando el diagnóstico hacia el cuadro concreto. Recuerdo que el día que un dolor abdominal agudo me llevó a la sala de urgencias de un hospital, el médico a cargo de mi revisión, tras escuchar la seguidilla de síntomas y molestias que presentaba, pidió se me hicieran tantas pruebas como el propio hospital pudiera facturar. Su razón (la profesional me refiero) fue, dicho en sus propias palabras, ‘descartar otras posibilidades, pues todas las “itis” (colitis, gastritis, apendicitis, etcétera) presentan en alguna etapa síntomas similares que pueden llevar a un diagnóstico equivocado’.
Primera Conclusión: en padecimientos complejos cuyo tratamiento requiere acciones específicas, la única forma de hacer un diagnóstico con un respetable grado de certeza es mediante la ejecución de pruebas o análisis de laboratorio.
Ahora, hablando de la pandemia ocasionada por el virus identificado como SARS-CoV2 (Covid-19), es preciso mencionar que México, de acuerdo con lo referido en algunas publicaciones especializadas, ha adoptado, tal y como lo han hecho otros países, un modelo de vigilancia epidemiológica tipo centinela. Esto es, señala la Organización Mundial de la Salud, un modelo que “en vez de recopilar grandes cantidades de datos de calidad deficiente, se concentra en recopilar datos de buena calidad provenientes de un número reducido de centros seleccionados cuidadosamente”. En palabras comunes, calidad por encima de la cantidad.
Hasta aquí, amén de las cosas que técnica y funcionalmente desconozco, no alcanzo a ver problema alguno. Privilegiar la calidad de la información siempre será un buen punto de partida. Lo que sí veo, y desconozco si ello pueda atribuirse como tal al modelo de vigilancia implementado, es que la cantidad de pruebas efectuadas en México para la detección de esta enfermedad es considerablemente menor si se compara con las que se practican en otros países. En Corea del Sur, por ejemplo, se han realizado un promedio de 2,130 pruebas por cada millón de habitantes. En Europa las cifras oscilan por las 400 pruebas por cada millón de habitantes. Y en México (vuelvo a respirar), redondeando los números y haciendo un poco de magia con ellos, estaremos por llegar a un promedio de 162 pruebas por millón de habitantes. Es decir, muy lejos de lo que otros países con menor población que el nuestro han hecho y cuyos casos confirmados son más que los reportados en nuestro país.
¿A qué me lleva lo anterior? A dos cosas esencialmente: La primera, el número de casos reportados por el gobierno, al estar invariablemente ligado a la cantidad de pruebas efectuadas, es una simple muestra que, debidamente procesada, nos hablará de tendencias, sí, pero no de eventos totales en curso. En otros términos: a la fecha hay tantos casos confirmados como pruebas realizadas han dado positivo. Nada más.
Lo segundo es, si ocupamos ese dato como lo que es realmente (una muestra y no una cifra definitiva) debe haber una manera de estimar, acorde a las tendencias que la muestra día con día va arrojando, el número de casos potencialmente existentes. Vaya, entiendo que para eso, entre otras cosas, sirve el modelo de vigilancia tipo centinela.
El número de casos potencialmente existente que derive de ese análisis es lo que en criminología se denomina “Cifra Negra”. Esta cifra, en términos de la pandemia, nos hablaría de los casos que habiendo ocurrido no se han descubierto y que por ello representan un factor de riesgo no controlado en la propagación de la enfermedad.
Y es aquí donde las cosas se complican exponencialmente, pues para determinar la cifra exacta, entran en juego por igual los no detectados por infinidad de razones, los desestimados por los médicos, los convenientemente modificados en sus diagnósticos (neumonías atípicas) y hasta los asintomáticos que, por lo que se ve, pueden pasar inadvertidos, pero igual esparcen el virus como el que más.
Segunda Conclusión: Dado que son más los casos que desconocemos que los conocidos, es posible afirmar que nada está controlado.
Como sea, suponiendo que uno sea el exagerado, en efecto, el 0.002% de la población, según la regla de tres que nos enseñaron en la escuela, parece nada. Pero no lo sería tanto si te dijeran que un componente de ese ínfimo porcentaje es un familiar tuyo, o un vecino, o un amigo. En esos casos las cifras, por fuerza del sentimiento o la paranoia, adquieren otra dimensión. Y para entonces, generalmente, ya suele ser tarde. Por eso es importante que se informe con la verdad. Solo así haremos conciencia de lo que ocurre y, subrayado si son tan amables, lo que debemos hacer para contribuir efectivamente a contener la curva de contagios.
Las siguientes preguntas naturales para mí serían: ¿Por qué el gobierno insiste en ofrecernos como oficial un dato que, por mera sagacidad, es altamente probable que no corresponda a la realidad? ¿Por qué hasta ahora nadie nos ha hablado de la “Cifra Negra”? ¿Qué están cuidando realmente? ¿El esfuerzo hecho por el gobierno es suficiente?
Y ustedes, ¿se están tomando en serio el asunto? ¿Se quedan en casa respetando la cuarentena? ¿Están seguros de que a ustedes no les puede pasar? ¿Acaso ya tienen un plan por si las jodidas moscas?
Cuéntenme. Yo no lo sé, pero lo supongo.
Uff amigo, plan no tengo… Pero hago lo que esta en mis posibilidades para evitar contagiarme y contagiar. Lamentablemente en casa si se tiene que salir a buscar «el pan» de cada día, tomando las precauciones básicas que por lo que veo en tu análisis serán insuficientes porque esto se lo va a cargar la «tía de las muchachas». En la zona donde vivo.. «es un compló», «no pasa nada», a mi que me lo demuestren», ya vez que el PEJE ha dicho que estamos bien » y un largo etcétera, que si bien no me quiero dejar llevar por el pánico, me inquieta sobremanera en que acabará_acabaremos. Desde mi trinchera te saludo con cariño. Te seguiré leyendo y si me permites compartiré tu blog. 😘❤️
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Hola,
Un análisis congruente,ñ.
Aquí en casa, siguiendo las instrucciones al pie de la letra, esperando en Dios que este virus no haga el daño que todos los tacos, tortas y garnachas callejeros, no han podido hacer, sin embargo estamos viviendo con temor.
Como siempre, un gusto leerte.
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