Dies Natalis Solis Invicti.

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Contrario a lo que muchos creen, o dicen saber, la Biblia no hace referencia precisa de la fecha en que Jesús nació. Se cree, guiados por algunos cálculos tan precisos como el pulso de un anciano, que lo hizo o bien en abril, o por allá de septiembre, en plena víspera del otoño cuando, según narró Lucas en su libro, habían pasado ya seis meses del nacimiento de Juan el Bautista y todavía había manera de cuidar de las ovejas al aire libre.

Lo que debe quedar claro es que, tomando en cuenta ciertas referencias bíblicas, Jesús, el Profeta de los Cristianos, no pudo haber nacido en diciembre; época del año en que las temperaturas en Israel son tan bajas por las noches que los pastores y sus animalitos (incluidos el niño del tambor y los peces que beben en el río), la habrían pasado francamente mal de haber estado, como nos encanta imaginar, expuestos en los agrestes páramos de Belén.

¿Por qué entonces celebramos su nacimiento en diciembre?

El origen de la Navidad, como muchas otras cosas que religiosamente conmemoramos, tiene su origen en aquellos cultos paganos que la Santa Iglesia Católica nunca pudo desterrar de entre aquellos a los que cordialmente invitaban a unirse a su credo. Ante la necesidad de allegarse adeptos y fortalecerse como doctrina religiosa, aplicaron como hasta ahora lo hacen, la de jalar con el enemigo apenas vieron que no iban a poder contra él.

Históricamente el 25 de diciembre ha sido una fecha relevante para muchas culturas que se desarrollaron en el hemisferio norte del planeta. En esa fecha, de acuerdo al calendario juliano, se conmemora el solsticio de invierno, es decir, la llegada de las noches largas y los días cortos. A partir de ese momento el Sol comienza un largo camino, una larga lucha contra la oscuridad, a quien deberá ganarle paulatinamente horas de luz conforme avancen las semanas, hasta lograr su máximo esplendor en el solsticio de verano, donde, naturalmente, el ciclo se revierte con días largos y noches breves.

Si bien el invierno astronómico comienza unos cuantos días antes (el 21 de diciembre, según el calendario gregoriano que hoy en día nos rige), la noche previa al solsticio de invierno para las culturas de antaño marcaba el fin del ciclo de la abundancia y el comienzo del ciclo de la escasez. El temor de que el Sol muriera definitivamente y condenara a todos a la oscuridad perpetua era latente. Por ello, tras el amanecer había que celebrar que ahí estaba Helios, que la luz se había hecho de nuevo, que estaba resplandeciente en lo alto del cielo; que había nacido de nuevo el Sol y que estaba listo para triunfar sobre la oscuridad. Los romanos llamaban a esta fiesta el Nacimiento del Sol Invencible (Natalis Solis Invicti).

¿Ya entienden de dónde viene el Gloria a Dios en las Alturas?

Pero eso no lo es todo. Los días previos a la Natividad del Sol, se conmemoraban las fiestas de Saturnalia. Como su nombre lo indica, eran en honor a Saturno, Dios de la Agricultura; y tenían como finalidad, durante los 7 días que duraban (del 16 al 23 de diciembre), agradecer los frutos cosechados durante los tiempos de abundancia. Había durante esos días, a modo de gratitud, grandes banquetes, comida y bebida a granel, intercambio de regalos, se abrían las casas de todos para dar cobijo a los desprotegidos y ya en el camino se incurría en algunos excesos, pues recónditamente no había certeza alguna de lo que habría de pasar en el futuro inmediato.

¿Me entienden cuando les digo que en el nombre del Cielo pedimos posada?

Finalmente, la Saturnalia culminaba el día 24, dando inicio a la fiesta de la Bruma, la del día corto, la que había que pasar juntos por si acaso era la última; una fiesta en honor a la noche, que de ser buena, permitiría que el Dios Sol volviera a nacer.

¿Así o más claro?

Conforme se adentraba la noche, y con ella sus brumas, el anuncio de que el Sol nacería lo daba precisamente Saturno, al despuntar por encima del horizonte y anunciarse brillante en el firmamento, superando la copa de los árboles.

¿Ahora comprenden por qué se pone una estrella a lo alto de los árboles de Navidad? ¿Pueden darse una idea de quién es realmente la Estrella de Belén?

Como podrán ver, cuando la iglesia usurpó estas celebraciones todo tomó otro rumbo y quizá se fue perdiendo el contexto. Yo no sé ustedes. Cada quién su derecho a creer en lo que quiera. Para mí, por muchas razones, me parecen más bellas, más creíbles, más íntimas y congruentes, más arraigadas a nuestros naturales orígenes las fiestas paganas que hoy día han dado a la gran mayoría de ustedes la oportunidad de festejar la Navidad.

Como sea, aprovechando la inercia de las fiestas decembrinas, deseo de corazón Luz y abundancia para todos, no solo hoy, sino siempre.

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