Aguamarina.

Todo lo demás es silencio. Un silencio que pone los pelos de punta, no por lo que anuncia, sino por lo que elimina.

Pedro Ángel Palou, Todos los miedos.

Hierve el agua al interior de un pocillo de peltre. En la turbulencia que la ebullición genera, dos rajas de canela sueltan por igual color que esencia. Por debajo del traste asoma una flama alta, poderosa, dueña de un azul único que irrumpe la oscuridad con su tonalidad aguamarina. Nada altera esa flama, tan solo arde. Si se aguza lo suficiente la mirada, se pueden ver las ondas ascendentes de los vapores que escapan del fuego. Parecen fantasmas trepando por las paredes; cometas echados al viento una tarde de cielo despejado. Frente a la estufa, a mitad de la cocina, hay una mesa cuya presencia, por obvias razones, de momento no puede advertirse. Es cuadrada, sencilla, de madera; tal y como debe de ser, para efectos prácticos, cualquier mesa en esta vida: cuatro patas, una en cada esquina; ni muy baja, ni muy alta, en este caso para cuatro personas, tal y como podría constatarse si acaso la penumbra permitiera contar las sillas que le rodean. Sentada en una de tales sillas, la única que queda de frente al fogón, está ella, por lo pronto también inadvertida, alzando la mirada hacia la flama. Sus manos, pequeñas y elegantes, yacen quietas sobre la mesa con las palmas hacia abajo. El rostro lo tiene inclinado hacia el frente, apuntando el mentón en dirección al pecho, en la postura natural de quien medita una decisión dolorosa y compleja. El olor a canela, desde niña lo sabe, aclara la mente, quita las ansias, relaja los nervios. Eso explica el por qué, a mitad de una noche próxima a entrar en sus horas más oscuras, ahí está ella, sentada a la mesa, llenando los pulmones de los efluvios que la canela le obsequia. De solo mirarla se intuye que ella arde como la flama que detenidamente observa, al tiempo que su alma se consume como el agua al interior de ese pocillo de peltre. Ella, por cierto, aún no tiene nombre. O tiene muchos; tantos que podría llamarse de cualquier manera y seguir siendo absolutamente ella: inapelable, inolvidable, irrefutable; tan única como el azul intenso de una aguamarina.

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