Como suena el granizo.

Cuentan aquellos que presenciaron la caída que su cabeza, apenas impactó el suelo, sonó hueca, metálica, sorda, algo así como suenan las macetas cuando las golpea el granizo. Hay quienes dicen que el sujeto, aquel de cuya caída hablamos, venía desde lo alto; que lo vieron atravesar las nubes dejándoles un hueco como el de una bala traspasando superficies. Otros juran que el tipo bajó envuelto en fuego, como si de un ángel expulsado se tratase. Los menos aseguran que nada de eso es cierto; que en realidad debió caer no de tan lejos y que lo hizo como un plomo, o peor aún, como un vulgar costal de patatas. Doña Severiana, por ejemplo, cuenta que ella lo vio en el preciso instante en que sus alas se quebraron como un par de hojas de bambú seco. Luego, narra desde su silla de mimbre, todo fue para abajo hasta que dio de frente contra el piso. Don Martín, asegura, en cambio, no haber visto en momento alguno tales alas, aunque no duda de lo que afirma su esposa, porque en casos como este hay que creerle a quien prepara la cena, so pena de ir a la cama con hambre. Lucila, la niña que se hizo mujer viviendo en el bosque, cuenta que no es la primera vez que ello ocurre. Asegura que los ha visto caer por racimos y los ha escuchado estamparse en la ladera; aunque este quizá, abre los ojos no sin cierta sorpresa, si haya sido el primero en dejar un surco tan ancho que después se convirtió en cauce y este a su vez se transformó en río. Cuentan que días antes del suceso el viento traía consigo el rumor de un lamento. Unos aseguran haber escuchado en él el llanto pagado de una plañidera. Otros que era la plegaria de una madre por el hijo que presienten se le había extraviado. Los demás, que esta vez no son los menos, cuentan con toda certeza que era el aullido de una loba, voraz e insaciable, que recién se había merendado a sus cachorros. Cuentan que nada tiene que ver lo uno con lo otro. Que son dos cosas absolutamente distintas. Una coincidencia de tantas, quizá. No lo sé. No tengo modo de confirmarlo. Pero aquí en el pueblo los más viejos y sabios cuentan, por lo pronto, que este fenómeno ocurre cada cierto tiempo y que no tarda en repetirse. Para cuando ello pase, me aseguran, nadie de aquí recordará nada; ni al último caído, ni el último llanto, ni el último aullido. No habrá cauce, ni surco, ni río. Tan solo habrá de escucharse el lamento y a los pocos días en el cielo volverá a aparecer el caído. Se precipitará como plomo, con las alas rotas, como costal de patatas, envuelto en fuego, como sueño vencido. Y hasta entonces recordarán, como sólo se pueden evocar las experiencias remotas, que su cabeza al impactar el suelo sonará como lo hace el granizo.

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