Un dulce sobre la mesa, un vaso con agua y una servilleta. El ventilador sopla, pero no refresca. Desplaza la humedad del entorno y acaso retrasa, solo eso, el instante en que el aire devenga en cascada. Un reloj, una pulsera, algunas monedas y un paquete abierto con marcas de urgencia. Una lámpara de mesa que no está encendida; y aun así, una luz tenue, apenas de fondo, se cuela por debajo de la puerta. Los muebles proyectan sobre la pared del fondo sus sombras inciertas y volubles. Afuera hay ruido, adentro solo ecos que apenas se perciben. El ventilador rechina y sopla. Se mueve y se bambolea errante, sin ritmo ni cadencia. Sus aspas, anchas y cubiertas de polvo, giran en contra del sentido de las manecillas del reloj y el tiempo, es obvio, se alarga; se estira como trozo de hule hasta aproximarse a su punto de quiebre, pero no lo alcanza. Y así se configura la más bella de todas las pausas: La música que no suena, la mañana que no asoma, el suelo que no cruje y el espejo que ya no refleja nada. Del grifo cada quince segundos cae una gota de agua. La gota escurre, rodea el boquete de la coladera y cae en sus adentros, haciendo una espiral insulsa hasta que desaparece. Y después llega la otra y luego la otra y luego la otra. Así todo el tiempo, en intervalos constantes e ininterrumpidos. Hay otro reloj, por cierto. Está en el piso y tiene las manecillas rotas. Debió caer del buró poco antes de que quisieran consultarle la hora. En algún sitio hay dos copas usadas, una botella vacía, un plato con restos de comida y un ramo de flores ya casi marchitas. A un costado hay un libro y un cuaderno de notas. El libro está abierto prácticamente por la mitad. La página de la izquierda está en blanco y en la de la derecha se lee el comienzo de un nuevo capítulo. Al cuaderno de notas, en cambio, le faltan hojas o le sobran apuntes. Sus páginas desbordan letras, palabras y oraciones, grabadas con una caligrafía armoniosa y legible. Ahora bien, los cuerpos, hablemos de los cuerpos. Son dos y están tendidos sobre la cama. Están abrazados, asidos el uno del otro, como si de uno solo se tratase. Su respiración es leve, casi imperceptible. De él solo se distingue con claridad el brazo con el que rodea a la mujer. De ella, se ve la espalda y la parte baja de sus piernas. Haciendo énfasis en los detalles, ella tiene un lunar con forma de estrella en el hombro derecho. Sobre el lunar, hace no mucho, hubo un beso y sobre el beso el conjuro de un nombre propio. Pero eso nadie lo sabe y no habría porque hacerlo notar. Podrías pasarlo por alto si así lo prefieres. Por lo pronto, abrazados, ceñidos como una promesa que a pesar de las adversidades habrá de cumplirse, permanecen los cuerpos como dos astros en órbitas coincidentes. La fuerza de gravedad en ellos es absoluta. Nada los repele. En eso radica la energía que mantiene todo en tan absoluta calma. Pero no es una calma cualquiera, porque al mismo tiempo entraña el potencial de llevarlo todo al carajo. Por eso es necesario que las imágenes guarden espacio para una tensión implícita. No lo olvides: el piso no cruje, el espejo no proyecta imágenes y el aire se desplaza al ritmo que las aspas del ventilador le imprimen. Por los resquicios de la persiana se cuela el destello intermitente de una luz de neón que proviene de la calle. Y hasta aquí, con base en esa imagen tajante, la pausa sigue, perdura, se eterniza. Pero repentinamente el ventilador se rompe. Una flama y una chispa desde el enchufe y el aparato deja de funcionar. Sin reparos pierde fuerza, abandona el rechinido y las aspas paulatinamente se detienen. Para ese momento la mañana asoma. Una luz color naranja rompe en dos la oscuridad e invade sin reserva la habitación. Entonces nos olvidamos de todo y nos centramos en los cuerpos. No olvides que con las aspas en alto corre el tiempo sin nada que lo contradiga, esa es la idea. Y aunque los cuerpos siguen inertes, pronto se verán puestos a prueba. Aquí estalla la tensión de la que te hablaba. Cuando despierten se verán obligados a enfrentar lo que venga que hayan dejado pendiente. Imagínate. Por principio de cuentas, todo volverá a la normalidad, lo que quiera que tal pendejada signifique en esos casos. Pero no importa cómo lo hagan, pues no llegaremos al punto en el que despiertan. No, ese momento le pertenece a ellos. Así que yo solo quiero los cuerpos dormidos perfectamente iluminados. Con eso nos quedamos. Nos vamos a negro, comienza la música; y que cada quien concluya lo que se le dé la gana.
Entonces sí, corte y queda.
Me gustó muy apasible la forma de leerlo.
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Muchas gracias. No olviden promoverlo
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Mágico!! Puedo imaginar claramente el escenario, la descripción es exqusiita. Siempre lo digo y lo seguiré diciendo, es un placer leerte.
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