Hace tiempo que Sonaja, un marinero de dotes inciertas y prestigio limitado, da la impresión no solo de haber perdido el rumbo, sino en una de tantas, también la esperanza de volverlo a encontrar. Ello, como es evidente, no resulta ni remotamente conveniente para alguien que entre sus pocos blasones, presume el de ser capitán de un navío menguante al que poco falta para verlo naufragar. Por eso, Sonaja, a quien en últimas fechas las ojeras le ocupan una gran porción de la cara, se la juega cada mañana cruzando los dedos esperando a que la suerte, madre adoptiva de los nacidos sin talento, le abra de par en par el reboso dispuesta a terminarlo de amamantar.
Sonaja, a quien los amaneceres de unos días a la fecha ya le vienen de por sí sombríos, tiene ante sus ojos dos retos inmediatos e inminentes: mantener a flote el barco; y hacerlo llegar a algún lugar. Como podrán ver, nada que espante a un capitán cuando además de nacido en buena cuna, posee de origen casta marinera y se ha forjado en los caprichos del mar. No obstante, el capitán Sonaja Fuentes del Río, crecido tierra adentro, como crecen las uñas a las que se les da por encarnar, nada o poco sabe de corrientes y mareas, menos aún de navegación estelar. Por ende, como es bien conocido, todo aquello que deviene improvisado, como sino del cual nunca podrá hacerse a un lado, no le queda más remedio que ponerse a improvisar. Y hasta en esas, al Capitán Sonaja, experto en el arte de la evasión y el escapismo mental, le da cual mal fario por ponerse a divagar.
Cierto es que mar adentro la vida toma otro contexto y ello implica modificar las ideas y el pensamiento. Cierto es también que quien no ha vivido en carne propia la angustia que deja la zozobra, nada o muy poco derecho tiene de opinar. Sin embargo, reglas son reglas y hay algunas de las que no resulta conveniente apartar la mirada, ni siquiera cuando el agua luzca en calma y no haya peligro alguno de naufragar.
Una de tantas es no hacer caso a las quimeras, menos aún a las sirenas cuando se ponen a cantar. Quizá nadie hubo que se lo explicara al capitán; nadie, quiero decir, que de entre su tripulación cercana, de valor se armara y le advirtiera del riesgo inmenso que guardan para los ilusos, ya no digo para los ingenuos, ciertas bestias que de vez en vez habitan la mar. Ese es, muy seguramente, uno de los primeros defectos que le ubiqué a Sonaja cuando de él me platicaron: le da por oír y creer cosas sin importancia, que de las razones y evidencias siempre le acomoda mejor dudar.
El punto es que, por muchas razones y circunstancias, Sonaja, según me cuentan, la está pasando mal. La tripulación, una mezcla rara de malos navegantes y buenos bucaneros, vive inquieta por el pronóstico del tiempo que les han hecho llegar. El barco, noble hasta los límites naturales de su propia resistencia, comienza a dar las primeras señales de fatiga estructural y no obstante todos lo han notado, Sonaja vaticina, con un discurso escrito más desde la esperanza que desde el fuero, que detrás de la tormenta, una enorme y provechosa calma a todos debe esperar. Seré claro, yo no lo creo. Con toda la pena del mundo de una vez se los advierto: mientras la sirena le siga cantando al oído, nada de eso es posible que pueda pasar.
Desde el mirador de este faro distante, a la sazón de las nubes y las aguas bravas, presiento que el capitán Sonaja sigue perdido y la nave, otrora insigne, navega a la deriva y cada vez más lejos de tierra firme alcanzar.
Un capitán que no comprende los efectos de sus acciones en terrenos desconocidos, e improvisa, no puede llevar a su tripulación a nada bueno. Más vale marinero valiente, que capitán de improviso, no se necesita un capitán para ir al rumbo deseado.
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Efectivamente. Pocas cosas son más arriesgadas que un capitán de limitadas dotes. Saludos.
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De hecho son muy interesantes las analogías y comparaciones entre la navegación y las relaciones interpersonales. Al Capitán, la mayoría de las veces el ego lo aprisiona, y entonces el complejo de superioridad crece ante los marineros, como es superior crea un universo de conflictos alrededor del barco. Citando a los mitos del mar, el Capitán tiende a cambiar a su tripulación (que lo ha apoyado siempre), por un par de «sirenas». Pasa en la vida real con otro sentido. Por eso contrasto que los marineros sostienen el peso de la embarcación, la virtud le gana a la experiencia.
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