De todos los asnos conocidos, el más patético es, sin duda, el que se las da de flautista. Hijo pródigo de la casualidad, sus méritos más grandes son el puntual oportunismo que le gobierna y ese descaro con el que se conduce, no obstante su suerte, como es por todos conocido, se explica mejor desde la favorable circunstancia, que del talento inobjetable.
Sobra decir que nada ha ganado en la vida. Sus vitrinas, construidas sobre los movedizos fangos de una sinfonía inexistente, suelen estar vacías, casi tanto como su cerebro. Y si bien su ignorancia es notoria e irrefutable, sorprende ver la docilidad con la que aborda temas que no solo desconoce, sino que, a punta de su estupidez accesoria, ha estigmatizado con la pasión del santo oficio.
Si las reglas de la prudencia, virtud propia de quien sabe cuando menos qué lugar ocupa en la cadena alimenticia, dictan que ante ciertos temas es preferible, antes que la obcecada negación, guardar silencio, y en una de esas, hasta conceder el beneficio de la duda; el asno flautista las pasa por alto con deliberado arrojo, pronunciándose como si por su inspirado hocico corriera la verdad que a todos nos ha sido negada alguna vez.
No importa el tema, lo suyo es objetar cualquier hipótesis que amenace con exhibir sus evidentes limitaciones. Que si hay vida en otros planetas; que si el matrimonio igualitario; que si la equidad de género; que si la libertad de culto; que si el derecho a ser diferente; que si todos somos iguales, en fin. Para el asno en cuestión no hay lugar a duda, nada de eso es viable, pues el mundo es un tubo estrecho que solo él ha sabido interpretar, así lo único que en realidad haya hecho es colocar su estrepitoso rebuzno en algún sitio, no muy claro, de la escala musical.
Los asnos de esta calaña, no lo digo yo sino la historia, son un peligro. Todo cuanto no comprenden es anti natura, y por tanto imposible, inconcebible e inadmisible. Y como no tienen más remedio a la sazón de su incendiaria incultura, juzgan atrincherados en la incontrovertible ventaja que les da ser nada, nadie en esta vida.
Eso es lo que lo que olvidan y precisamente habría que recordarles: que así como alguien nos dijo que una golondrina no hace el verano; una nota no hace precisamente una sinfonía; y que los asnos, dejando de lado esa quimérica idea de que son tal cosa que flautistas, la realidad es que no tienen, por obvias y darwinianas razones, mucho derecho a opinar.