De un tiempo a la fecha han sido muchos los cambios, muchas las partidas, las mismas casi que las despedidas. En cuestión de dos meses mudé de trabajo, de gente. Mudé de aires, de rumbos, de santo. De San Rafael llegué a San Jerónimo. Del centro al sur, hacia las orillas virtuales de una ciudad que a pesar de sus notorios límites, se niega a dejar de crecer. Maletas al hombro, cargando lo estrictamente necesario, propietario de un andar jamás errante, pero sí inquieto e inconforme hasta no encontrar el sitio idóneo en dónde sentar definitivamente sus reales, he llegado en busca de vientos frescos y favorables a partir de los cuales abrazar la vida con nueva ilusión.
El barrio no me es ajeno. Aquí, desde la academia, pasé algunos años de mi cada vez más remota infancia. Por estas calles, érase una vez, perseguí las idílicas ansiedades del primer amor. No muy lejos, en el barrio contiguo, creció mi madre; y tiempo después, en cierto modo también crecí de la mano de mi abuelo, quien me enseñó de los alrededores cada rincón y sus secretos solo por si algún día llegaba a necesitarlo.
Y al cabo del tiempo lo necesité. Ahora llevo de la mano a mis hijas y cada que puedo les cuento aquellas historias, aquellos secretos, aquellas memorias de mis andanzas con el abuelo. Les hablo del amor por el orden, la paz y la justicia que él me inculcó y les alimento con la certeza de que la vida tiene sus modos, a veces inexplicables, con frecuencia inentendibles, de poner cada cosa y a cada quien en el sitio que le corresponde.
Anoche, antes de dormir, abracé a mis mujeres, atesorando a través suyo la oportunidad que estos rumbos me brindan de reinventarme a la distancia de todo cuanto ya comenzaba a hacerme daño. Asumí que uno vuelve a la querencia no en busca de refugio, sino de fuerzas. Y esas fuerzas son las que ocupo para disipar las nubes que aún ensombrecen mi cielo.
De un tiempo a la fecha han sido muchos los cambios. Cambié de santo, pero no de sueño. Cambié de casa, pero el hogar que he forjado y formado aún lo conservo. Lo traigo conmigo a donde sea que me muevo. En ello radica la dicha, la virtud y la ventaja. Pues con ellos y por ellos, espero la llegada de todo cuanto por justicia y orden deba de llegar a mi vida.