Trece días.

Día 1.

Domingo, 21 de enero.

¡Vaya dolor de cabeza! Solo a mí se me ocurre agarrar tremenda juerga con vino tinto. De haberlo sabido habría bebido otra cosa. Ya no tengo la misma resistencia. No soy más aquel que solía aguantar un piano.

Son las tres de la tarde. El sol entra de lleno por la ventana que da al lago. Nada qué ver con los cielos nublados de ayer. Si no fuera por esta resaca, habría salido al jardín a tostarme las piernas, que mira que me hace falta.

Tengo hambre. Pero también tengo náuseas. Temo comer algo y no poder retenerlo. Odio vomitar, lo sabes. Lo odio más que tener hambre. Así que, jaqueca, hambre y náuseas. Todo junto. Estoy jodido. Qué bueno que no te quedaste. Soy mucho mejor persona durante la tormenta que una vez llegada la calma.

Gracias por tu visita, por cierto. Pasan los años y sigues siendo mi compañía favorita. De corazón espero que tu suerte sea mejor que la mía. ¿Cuántas botellas nos bebimos? ¿Tú lo sabes? Yo no tengo la más menuda idea.

Como haya sido. Prometí escribirte y eso es lo que hago. Disculparás lo austero. Con trabajos sé lo que estoy diciendo. Seguro mañana, apenas me reponga, todo irá mejor.

Te dejo. Hace rato que puse la tetera al fuego y ya huele la casa a lavanda y manzanilla. Por cierto, no supe a qué hora te fuiste. Tampoco, si acaso lo mencionaste, sé qué día quedamos en volvernos a ver. Avísame. Te quiero.

Día 2.

Lunes, 22 de enero.

Por poco olvido escribirte. No lo tomes a mal. Es apenas el segundo día y si recuerdas, a mí eso de hacerme hábitos me cuesta trabajo.

Hoy vino Fina a hacer la limpieza en la cabaña. La trajo Mauricio, mi hijo. Hubieras visto sus caras cuando sacaron todas las botellas vacías del sábado. Fueron siete. Eso fue lo que nos bebimos.

Mauricio no me dijo nada. Faltaba más. Fina, en cambio, hizo como que me regañaba. Siempre lo hace. No hay lunes que no me llame la atención de algo. Sus momentos favoritos son cuando me da las medicinas; o cuando me sirve la cena. Ha de creer que soy más receptivo drogado o comiendo.

Tuve invitados, le dije. Vinieron a verme y ni modo que les sirviera vasitos de agua del grifo. Solo me miró y sonrió. Estoy seguro de que no me creyó. Es una incrédula de cuatro pesos. Si supiera que estuviste aquí conmigo. Que te quedaste a pasar la noche. Que dormimos juntos como en aquellos tiempos que fuimos amantes, me habría tildado de loco.

Fina me trajo flores. Dice que las envió Irene. Están lindas. Ojalá aguanten hasta el día que vengas.

Ya es tarde. Me voy a dormir. No dudes de que te pienso. Chau.

Día 3.

Martes, 23 de enero.

¿Te ha pasado que estás soñando y justo cuando en tu sueño vas a hacer algo que siempre has querido, te despiertas?

¿Cómo te quitas esa sensación de algo inconcluso que en todo momento te acompaña?

Soñé contigo. Que iba por ti a tu casa. Que te pedía matrimonio en la sala. Frente a tus hijos. Con tu nieto sentado en mis piernas. Tartamudeaba. Se me atoraban las palabras. Me sudaban las manos. Yo no sé tú qué pensabas. No podía mirarte a los ojos. Finalmente, cuando iba a sacar el anillo de compromiso, escuché un ruido y desperté.

Ahora, sácame de la duda. Si te pido algún día matrimonio, ¿aceptarías?

Voy a bajar al lago. Quiero hacer algunas fotos. Quitarme de algún modo esta ansiedad que me está comiendo.

Por favor, no lo pienses tanto. Me gustaría pensar que cuando vuelva tendré noticias tuyas. Hasta entonces.

Día 4.

Miércoles, 24 de enero.

Dicen que el que calla otorga. Así que doy por hecho que te casarías conmigo. Sé que es un disparate. Tú allá. Yo acá. Los años, la distancia, el tiempo, las circunstancias. Pero quizá podríamos intentarlo. Tus hijos siempre me quisieron, no puedes negarlo. Los míos, como sea terminarían aceptándote.

Ayer fue un buen día para hacer fotos. Encontré un hermoso velero por el lado del muelle. Lo retraté hasta cansarme. Después vine a revelarlas. Las miré una a una e hice una primera selección. Ahora que vengas te las muestro. Me dices qué opinas. Eliges una, la que más te guste. Te la llevas a casa. Y cuando vivamos juntos, la colgamos en la pared que tu elijas.

¿Cuándo vienes? No me has dicho.

Día 5.

Jueves, 25 de enero.

Hace un mes fue Navidad. Treinta días ya que me vine a la cabaña. Estoy sorprendido. El tiempo pasa cada vez más rápido. Ni siquiera aquí, que los atardeceres siempre me han parecido eternos, las horas logran aguantar el embate de los años.

Llamó mi hija Irene. Quiere saber cuándo voy a volver a la casa. Dice que no vive tranquila de imaginarme acá, yo solo. Su mayor preocupación es que me pase algo. La verdad es que no sé a qué se refiere. Llevo años estando solo. Aquí o allá, ¿cuál es en sí la diferencia? Lo que sea que me vaya a ocurrir me ocurrirá donde quiera que esté. Quizá se sienta más tranquila en la medida en que se pueda enterar más rápido. Pero si una tragedia se cierne en mi futuro, el lugar es lo de menos.

Por supuesto que no le di fecha. Le dije que quería aprovechar los mejores días del invierno para hacer lo mío. Que volvería apenas me sintiera aburrido. Le agradecí las flores, desde luego. Están más frescas y bellas que nunca.

A ti sí te lo digo. Antes de volver quiero que me visites cuando menos tres veces. Y si me voy, mira que sigo pensando en el sueño, será tan solo para pedir tu mano.

Mañana vuelvo al lago. Te escribo cuando regrese.

Día 6.

Viernes, 26 de enero.

Se me fue por completo el día en el muelle. Como hace mucho no lo hacía, dejé que las horas pasaran con toda la intención de estar ausente. Vagamente recuerdo que me quedé dormido a la sombra de un ciprés. Ahí, simplemente, se me habrán ido dos horas. Ya después regresé a la cabaña por el camino largo. Quizá sea la última vez que lo haga. Hay tramos que para mí ya resultan intransitables.

Naturalmente la caminata me dejó exhausto. Te juro que siento como si toda la sangre la tuviera estancada en las pantorrillas. No me extrañaría que en la noche me despierten los calambres. Y para colmo de males, se me terminaron los plátanos.

Si no te importa, me voy a dar una ducha. No sé si cuando salga pueda seguir escribiendo. Qué digo. Claro que sé. Por supuesto que no podré seguir escribiendo. Así que de una vez aprovecho y me despido.

Hasta mañana, querida. Quiera Dios que veamos amanecer de nuevo.

Día 7.

Sábado, 27 de enero.

Sorpresa. No, espera. Tres sorpresas.

La primera. No tuve calambres. Dormí como un verdadero bambino y desperté con hambre.

La segunda. Fina adelantó su visita a la cabaña. Como no queriendo la cosa, resulta que todos hicieron el intento de sorprenderme. Fina terminó por confesarlo. El lunes, mientras regresaban a la ciudad, ella le relató a Mauricio que yo había tenido visitas el sábado pasado, Él, que nunca ha sabido qué hacer con las cosas que se entera, le dijo a Raquel apenas pudo. A saber con qué detalles lo hizo. Raquel, obviamente, corrió a contarle a Irene. Todo un teléfono descompuesto, me imagino. E Irene, que otras tantas cosas mejores pudo imitar de su madre, mandó a Fina con la excusa de surtir la despensa y hacerme el conteo de los medicamentos.

Yo creo que esperaban encontrarme con las manos en la masa. Y lo único que Fina halló fue a un viejito feliz de la vida preparándose un plato de fruta. Sin más remedio, desayunamos juntos. Habló sin parar. Después, hizo la limpieza. Me dio mis medicamentos. Y se fue dejando la alacena llena.

La tercera. Todo se ha acomodado para que vengas el lunes como me has dicho.

Estoy feliz. Nadie sabe para quién trabaja.

Día 8.

Domingo, 28 de enero.

¿Alguna vez te platiqué de Selene?

Es una chica que conocí hace un mes en el bar del pueblo. Ella es mesera. Es dulce. Me recuerda mucho a ti cuando nos conocimos.

Hoy vino a la cabaña. Finalmente aceptó visitarme. Me trajo un poco de paella de la que hace su tío. La invité a comer. Le hablé de ti. De cómo nos conocimos y de lo mucho que ustedes dos se parecen.

Se fue contenta. Y yo me quedé más contento aún. Es como si hoy hubiese compartido el día con la nieta que debimos haber tenido. Y mañana, qué te digo. Mañana te vuelvo a ver.

No recuerdo un mejor un invierno.

Día 9.

Lunes, 29 de enero.

¿Para qué te escribo si ya te lo he dicho todo?

Fue un día magnífico. Debiste quedarte. No irte. Pasar aquí la noche y mañana ver juntos el amanecer.

Día 10.

Martes, 30 de enero.

Debo estar loco. Después de ayer siento en mí el valor que durante tanto tiempo me ha hecho falta.

Hablé con Mauricio. Se lo dije.

Ya sabe que estuviste aquí ayer. Le anticipé que nos vamos a casar. Se quedó mudo. No mencionó nada. Ni para bien, ni para mal.

En estos momentos ya debe estarlo hablando con las muchachas. Mauricio no me preocupa. Ellas sí. Lo más seguro es que muy pronto tenga noticias de mis hijas.

Te estaré contando. Te amo, prometida mía.

Día 11.

Miércoles, 31 de enero.

Llamó Irene. Está idiota. Dice que tú estás muerta.

Día 12.

Jueves, 1 de febrero.

Fina llegó a primera hora a la cabaña. Solo vino a traerme un ejemplar del periódico. Como las flores, lo había enviado Irene. Lo abrí. Fina se quedó mirándome en silencio. Pasé hoja por hoja hasta que di con una enorme marca a la mitad del diario. Al centro de la marca, había una esquela. Y la esquela hablaba de ti.

Después Fina me entregó una nota. Era la letra de Irene avisándome que mañana vienen, quiera o no, por mí. Rompí la nota. Aventé las flores que apenas comenzaban a marchitarse. Corrí a Fina de la cabaña, no sin antes pedirle que le hiciera llegar a mis hijos el mensaje de que nada ni nadie me impediría la felicidad a tu lado.

Se fue bañada en llanto. Con el corazón partido por mi desprecio. Apenas me quedé solo volví a abrir el periódico. Hay algo extraño, lo admito. El diario es de hace catorce años. Y no sé si eso es bueno, o es malo.

Día 13.

Viernes, 2 de febrero.

Fíjate bien lo que te digo: ya deben venir en camino. Harán lo posible para estar aquí apenas despunte el sol. Vendrán los tres. Traerán a Fina y a alguna otra de las muchachas. No hay tiempo que perder.

El velero sigue a mitad del lago. Está en el mismo punto desde el que le tomé las fotografías. Te veo como quedamos. En el muelle. Lleva, por favor, tu vestido blanco. Yo voy con lo más parecido que tengo a un traje negro. Mira que nos casaremos bajo las estrellas. Después nos lanzamos al agua y nadamos hasta tomar por asalto el velero.

Lo tengo todo perfectamente planeado. No tienes nada de qué preocuparte. Zarparemos antes de que amanezca. Llegaremos a donde debamos hacerlo. Nadie nos podrá encontrar. Para entonces, te prometo, lo mismo dará que estemos vivos o muertos.

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